Elder Scrolls
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E letterra joven cuando la duquesa de Woda me contrató como asistente en su palacio de verano. Mi experiencia con la aristocracia había sido muy limitada hasta ese día. Había mercaderes adinerados, comerciantes, diplomáticos y oficiales que realizaban grandes operaciones comerciales en Raíz de Elden y poseían palacios ostentosos de recreo, pero mi familia estaba lejos de pertenecer a esos círculos sociales.

No había ningún negocio familiar en el que pudiera entrar cuando alcancé la madurez, pero mi primo había oído que había una finca retirada de la ciudad donde necesitaban sirvientes. Se encontraba en un lugar tan remoto que era poco probable que se presentaran muchos candidatos para ocupar el puesto. Caminé durante cinco días por las selvas de Bosque Valen antes de encontrarme con un grupo de jinetes que iban en mi misma dirección. Eran tres hombres bosmer, una mujer bosmer, dos mujeres bretonas y un hombre dunmer, aventureros por su aspecto.

"¿Tú también vas a Moliva?", me preguntó Prolyssa, una de las mujeres bretonas, tras habernos presentado.

"No sé qué es eso", respondí. "Voy a presentarme ante la duquesa de Woda para solicitar un puesto como ayudante doméstico".

"Te llevaremos ante su puerta", dijo Missun Akin, el dunmer, subiéndome a su caballo. "Pero tendrás que ser avispado y no decirle a Su Ilustrísima que los estudiantes de Moliva te han escoltado, a no ser que realmente no quieras trabajar a su servicio".

Akin se explicó a medida que íbamos avanzando. Moliva era la aldea más próxima a la finca de la duquesa, donde un gran arquero reputado se había retirado tras una larga trayectoria en el servicio militar. Se llamaba Hiomaste y, aunque ya no ejercía, había empezado a aceptar estudiantes que quisieran aprender el arte del arco. A medida que se extendía el rumor de lo buen profesor que era, iban llegando cada vez más estudiantes a aprender del maestro. La mujer bretona había recorrido una larga distancia desde el límite occidental de Roca Alta. Akin había atravesado el continente desde su hogar, que quedaba cerca del gran volcán de Morrowind. Me enseñó las flechas de ébano que se había traído de su tierra. Nunca había visto algo tan negro.

"Por lo que hemos oído", comentó Kopale, uno de los bosmer, "la duquesa es una imperial, y su familia ha estado aquí desde antes de que se formara el Imperio, por lo que podrías pensar que estará acostumbrada a la gente corriente de Bosque Valen. Pero nada más lejos de la realidad. Detesta la aldea y, sobre todo, la escuela".

"Supongo que quiere controlar todo el tráfico de su selva", rió Prolyssa.

Les agradecí la información que me habían dado y me di cuenta de que cada vez tenía más miedo ante la primera reunión que mantendría con la intolerante duquesa. La primera visión que tuve del palacio por entre los árboles no consiguió, ni mucho menos, apaciguar mis miedos.

No se parecía ni remotamente a ningún edificio que hubiera visto en Bosque Valen. Era una enorme construcción de piedra y hierro con una dentada fila de almenas similares a la mandíbula de una gran bestia. La mayoría de los árboles próximos al palacio habían sido arrancados hacía ya mucho tiempo: me podía imaginar el escándalo que este hecho habría provocado y el temor que debían de tener los campesinos bosmer al Ducado de Woda para permitirlo. En su lugar, había un amplio foso verde grisáceo en forma de anillo circular que rodeaba el palacio, con lo que parecía estar construido sobre una perfecta isla artificial. Había visto algo parecido en los tapices de Roca Alta y de la Provincia Imperial, aunque nunca en mi tierra natal.

"Habrá un guardia en la puerta, así que te dejaremos aquí", dijo Akin, parando su caballo en el camino. "Será lo mejor para que no te condenen por asociarte con nosotros".

Les di las gracias a mis compañeros y les deseé buena suerte en su aprendizaje. Ellos siguieron su camino a caballo y yo continué andando. En pocos minutos me encontré ante el portón principal, que estaba unido a las altas y vistosas rejas a fin de mantener el complejo seguro. Cuando el portero supo que había venido a solicitar un puesto de ayudante doméstico, me permitió pasar y le hizo señas a otro guardia situado en los jardines para que echara el puente levadizo que me permitiría pasar el foso.

Había otra medida de seguridad más: la puerta principal. Una monstruosidad de hierro con el escudo de armas de los Woda en la parte superior, reforzada con varias tiras de hierro y una única cerradura dorada. El hombre de guardia me abrió la puerta y me dio paso al gran palacio sombrío de piedra gris.

Su Ilustrísima, vestida con un largo y sencillo vestido rojo, me recibió en su salón. Era delgada y estaba arrugada como un reptil, y resultaba obvio que nunca sonreía. Nuestra entrevista consistió en una única pregunta.

"¿Sabes lo que es ser un lacayo subalterno al servicio de una noble dama imperial?". Su voz era como el cuero antiguo.

"No, Su Ilustrísima".

"Bien. Ningún sirviente entiende qué es lo que hay que hacer y detesto, en especial, a aquellos que piensan que sí lo saben. Estás contratado".

La vida de palacio era totalmente monótona, aunque el puesto de lacayo subalterno no exigía demasiado. La mayoría de los días no tenía nada que hacer, excepto mantenerme lejos de la vista de la duquesa. En esos momentos era cuando, a veces, recorría más de tres kilómetros por el camino hasta Moliva. En cierta forma, la aldea no tenía nada especial ni extraño, existían miles de lugares idénticos a este en Bosque Valen. Pero en una ladera cercana se encontraba la academia de arquería del maestro Hiomaste y, a menudo, me tomaba una comida como dios manda mientras veía cómo practicaban.

Prolyssa y Akin solían reunirse conmigo después. Con Akin, el tema de conversación rara vez se alejaba de la arquería. Pese a que le tenía mucho cariño, sentía que Prolyssa era una compañera mucho más encantadora, porque, además de ser guapa para ser una bretona, parecía tener intereses fuera del ámbito del tiro con arco.

"Hay un circo en Roca Alta al que fui cuando era niña que se llama el Circo de la Pluma", comentó durante uno de nuestros paseos por el bosque. "Llevan en activo desde antes de lo que cualquiera pueda llegar a recordar. Tienes que visitarlo si puedes. Hacen juegos y espectáculos paralelos, y allí se encuentran los acróbatas y arqueros más increíbles que jamás hayas visto. Ese es mi sueño, unirme a ellos algún día si es que soy lo suficientemente buena".

"¿Cómo sabrás que ya eres una arquera tan buena?", le pregunté.

No respondió y, cuando me volví, me di cuenta de que había desaparecido. Miré alrededor, desconcertado, hasta que oí una risa que provenía de lo alto de un árbol. Estaba colgada de una rama, sonriendo.

"Puede que no me una a ellos como arquera, sino como acróbata", dijo. "O puede que como ambas cosas. Creí que Bosque Valen sería el mejor sitio al que podía ir para ver qué podía aprender. Aquí tenéis a todos esos grandes profesores a los que imitar colgando de los árboles. Esos hombres mono".

Se enrolló, apoyando la pierna izquierda antes de saltar hacia delante con la derecha. En cuestión de segundos había saltado a una rama próxima. Me resultó difícil seguir hablando con ella.

"¿Te refieres a los imga?", tartamudeé. "¿No te pones nerviosa ahí arriba?"

"Es un cliché, lo sé", dijo, saltando a una rama más alta todavía. "El secreto consiste en no mirar hacia abajo".

"¿Te importaría bajar?"

"Probablemente tarde o temprano tenga que hacerlo", dijo. Por entonces, se encontraba a unos nueve metros de altura, balanceándose, estirando los brazos en una rama muy estrecha. Hizo un gesto hacia la puerta que casi no se veía al otro lado del camino. "Este árbol es, en realidad, lo más cerca que me quiero encontrar del palacio de tu duquesa".

Contuve un grito cuando se desplomó de la rama, dando volteretas hasta aterrizar en el suelo con las rodillas ligeramente flexionadas. Ese era el truco, según explicó, anticiparse al golpe antes de que ocurra. Le comenté que estaba seguro de que sería una gran atracción en el Circo de la Pluma. Por supuesto, ahora sé que aquello nunca ocurriría.

Recuerdo que aquel día tenía que volver pronto. Era una de esas raras ocasiones en las que tenía trabajo que hacer, si se le podía llamar así. Cuando la duquesa tenía invitados, debía estar en el palacio. No es que tuviera ningún deber en especial, a excepción de cuadrarme en el comedor. Los criados y criadas trabajaban duro para servir la comida y retirar las bandejas después, pero los lacayos éramos puramente decorativos, una formalidad.

Sin embargo, al menos formaba parte del público que presenciaría el drama que estaba a punto de suceder.
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