Elder Scrolls
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Al llegar al priorato de Fuente Gottle, a la mitad del camino dorado entre Skingrad y la Ciudad Imperial, decidí dar un pequeño rodeo y así visitar las magníficas ruinas de Ceyatatar, o "Sombra del Bosque Paternal" en el antiguo idioma de Ayleid. Después de un duro y arduo viaje a través de intrincados bosques de espino, me sorprendió ver cinco magníficas columnas de color blanco que se levantaban en un montículo de enredaderas verdes hasta formar unos perfectos arcos en V coronados por majestuosos capiteles. Este espectáculo me hizo meditar sobre las glorias perdidas del pasado y el triste destino de grandes civilizaciones que ahora apenas despuntan en los verdes túmulos de la oscuridad perdida en el tiempo.

Dentro de la boscosa maraña encontré una entrada que llevaba a la bóveda central de un enorme edificio subterráneo dedicado en otro tiempo a Magnus, el dios de la visión, la luz y el entendimiento. Suavemente iluminada por los decrecientes poderes de sus estanques mágicos, los destrozados muros blancos de la estancia brillaban con una fría luz azul.

Los bancos de mármol de la plaza central, colocados de espaldas al agua, miraban a las altas columnas y los afilados arcos que soportaban el peso de la cúpula. Desde la isla central, majestuosos puentes cruzaban los tranquilos estanques hacia estrechos pasajes detrás de las columnas, con anchas avenidas abovedadas y cristalinos canales que se perdían a través de la tibia luz hacia la oscuridad. Reflejados en los estanques se veían las columnas caídas, los muros derribados y las rebeldes raíces y enredaderas que prosperaban en la ligera oscuridad de las mágicas fuentes.

Los antiguos ayleid no reconocían los cuatro elementos de la filosofía natural moderna (tierra, agua, aire y fuego), sino los cuatro elementos de la religión de los altos elfos; tierra, agua, aire y luz. Los ayleid consideraban que el fuego era simplemente una débil y corrupta manifestación de la luz que los filósofos ayleid habían identificado como poseedora de principios primarios mágicos. Esta es la razón por la que sus templos y santuarios estaban iluminados por lámparas, esferas, estanques y fuentes de la más pura magia.

Y era gracias a esta antigua magia, en declive, pero aún activa, por lo que yo podía deleitarme contemplando las glorias yacentes de los arquitectos ayleid enterrados hace tanto tiempo. Mientras miraba a través de los clarísimos reflejos de los estanques que me rodeaban, podía visualizar, allá en la profundidad, el lento pulso, el devenir de las piedras welkynd.

El mayor peligro que estas ruinas presentan para quien las explora son los arteros y mortíferos mecanismos diseñados por los ayleid para atormentar y confundir a quienes invadiesen sus santuarios subterráneos. Menuda ironía que después de todos estos años, estos instrumentos sigan en pie vigilando a aquellos que quieran admirar su trabajo. Lo que está claro es que estos instrumentos fueron creados en vano. No ayudaron a los ayleid a luchar contra sus verdaderos enemigos, que no fueron los esclavos que se rebelaron contra sus crueles dueños, ni los salvajes pueblos bestia que aprendieron las artes mágicas y bélicas de sus maestros ayleid. No, el verdadero enemigo fue el arrogante orgullo por sus logros, su propia engreída convicción de que su Imperio perduraría para siempre, la que los condenó a caer y a desvanecerse en la oscuridad.

Apariciones[]

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