Elder Scrolls
Advertisement

D letteresde hace ya muchos años he viajado a lo largo y ancho de Skyrim, poniendo por escrito mis experiencias y aventuras.

He visto muchas visiones maravillosas y muchas extrañas criaturas en mis viajes, pero un encuentro permanece fijado en mi memoria, aunque desearía que no fuera así.

Había emprendido el viaje con una de las caravanas khajiitas de mercaderes que atravesaban Skyrim de parte a parte para vender sus mercancías a las puertas de las grandes ciudades.

Nos aproximábamos a Ventalia cuando se desató la tormenta. Era un vendaval violento y terrible, uno de los peores que he visto en mis largos años. Los vientos aullaban como todos los daedra de Oblivion, y la nieve huracanada nos cegaba ante el mundo.

Ri'saad dio la orden de parar y nos alejamos tambaleantes del camino, con las manos sobre la cara para detener los punzantes fragmentos de hielo. Nos acurrucamos juntos en el refugio de un bosquecillo de pinos. No había esperanza de poder plantar las tiendas de campaña, pues el viento nos las arrancaría de las manos en el mismo momento en que las sacásemos.

Atacaron en lo peor de la tormenta. Eran quizá una docena de esas criaturas. Era difícil de decir, pues con la nieve en los ojos y los aullidos del viento casi no veíamos ni oíamos nada.

Tenían más o menos el tamaño de un hombre, solo que jorobado y espantoso. Como atuendo, solo llevaban harapos y trozos de cuero. Estaban armados con dagas y espadas de varios tipos, sin duda arrebatadas a sus anteriores víctimas.

Prácticamente no tenían nariz, sino únicamente las hendiduras de los orificios nasales. Sus orejas eran muy afiladas, lo que sugería algún lejano parentesco con los elfos. Con su piel pálida y ojos negros sin vida, parecían algo surgido de una pesadilla.

Bhisha los vio primero, pero fue demasiado tarde para salvarse. Tan agudo fue su grito de muerte que lo pudimos oír a través del rugido del viento. Ese grito nos salvó a todos.

Alertados de la presencia de nuestros enemigos, los khajiitas sacaron sus espadas y formaron un círculo, espalda contra espalda. Los monstruos blancos eran muy pocos para poder rodearnos completamente, y los khajiitas rechazaron cada ataque. Después de que tres de los diablos de la nieve cayeran, el resto retrocedió y no volvió a intentar acercarse a nosotros.

La tormenta amainó y llegamos a Ventalia a la mañana siguiente. He tomado como residencia el salón El calor de la vela y estoy muy a gusto tras las elevadas murallas de piedra de la ciudad.

Todo lo a gusto que se puede estar hasta que me voy a dormir y las visiones de esas espantosas criaturas regresan para atormentarme en sueños.
Advertisement