Elder Scrolls
Advertisement

E lettern una pequeña aunque respetable plaza de la Ciudad Imperial se encontraba, o tal vez se apoltronaba, la Comisión de Obras de lord Vanech. Un edificio sobrio y falto de imaginación que no destacaba ni por su arquitectura ni por su estética, sino por sus increíbles dimensiones. Si alguien se preguntaba por qué a lord Vanech le fascinaban tanto sus erectas líneas rectas, se lo guardaba para sí mismo.

En el año 398 de la Tercera Era, Decumo Scotti, hombre tímido y de mediana edad, ocupaba el cargo de secretario.

Unos meses antes, Scotti había conseguido para lord Vanech el contrato más lucrativo de toda la historia de la Comisión: la reconstrucción de las carreteras de Bosque Valen que habían sido destruidas en la Guerra de los Cinco Años. Por ello, se había convertido en el ojito derecho de los demás secretarios y de sus superiores, y se pasaba los días contando sus aventuras, que iba variando ligeramente... Eso sí, omitiendo el final, ya que habían disfrutado del asado de Unthrappa proporcionado por los Silenstri, e informar a sus oyentes de que se habían atiborrado de carne humana no les iba a dejar un buen sabor de boca precisamente.

Scotti no era muy ambicioso ni excesivamente trabajador, por lo que no le importaba mucho que lord Vanech no le encargara ningún trabajo.

Cuando lord Vanech, un hombre bajito y rechoncho, se cruzaba con Decumo Scotti, siempre le decía: "Eres toda una baza para la Comisión. Sigue trabajando así".

Al principio, Scotti se preguntaba preocupado si no tendría que estar haciendo algo, pero conforme pasaban los meses, su respuesta se limitó a: "Gracias, así lo haré".

Por otro lado, tenía que pensar en su futuro. Ya no era joven y, aunque disponía de un salario bastante digno para el trabajo que hacía, o más bien que no hacía, Scotti era consciente de que pronto tendría que retirarse, y entonces nadie iba a pagarle por "no trabajar". Estaría muy bien que lord Vanech se dignara a nombrarlo socio en compensación por los millones de oro que el contrato de Bosque Valen estaba generando, o si le concediera al menos una pequeña participación de los beneficios.

A Decumo Scotti no se le daba muy bien pedir este tipo de cosas. De hecho, esa era una de las principales razones de su mediocridad antes de trabajar como secretario para lord Atrio, antes de firmar el gran contrato de Bosque Valen. Cuando, por fin, se había decidido a hablar con lord Vanech, su señoría, de forma inesperada, dio un giro a la situación.

Se le acercó con sus andares de pato y le dijo: "Eres toda una baza para la Comisión. ¿Podrías dedicarme unos minutos de tu tiempo?"

Scotti asintió entusiasmado, y lo siguió a su amplísimo despacho, que estaba decorado con un gusto pésimo.


"Zenithar ha bendecido a la Comisión con tu presencia", exclamó con voz aguda su diminuta señoría. "No sé si estás al corriente, pero antes de que llegaras atravesábamos una mala racha. Trabajábamos en proyectos de gran envergadura, eso sí, pero no acababan de cuajar. En Ciénaga Negra, por ejemplo, hemos intentado mejorar las vías principales y demás rutas comerciales durante años. Puse al frente a mi mejor hombre, Fleso Tijjo, pero a pesar de la enorme inversión de tiempo y dinero, cada vez se tarda más en realizar la travesía. Gracias a tu ayuda, ahora contamos con un contrato sumamente lucrativo y sin cabo sueltos, lo que incrementará los beneficios de la Comisión, por lo que creo que ya es hora de recompensarte".

Scotti sonrió con modestia, pero sus ojillos brillaban con avaricia.

"Me gustaría que sustituyeras a Fleso Tijjo en Ciénaga Negra".

Scotti se despertó a la dura realidad. "Mi señoría, yo, yo no podría..."

"Tonterías", graznó alegre lord Vanech. "No te preocupes por Tijjo. Estará encantado de retirarse con la suma que voy a darle, sobre todo teniendo en cuenta todo lo que ha tenido que soportar en Ciénaga negra. Se trata de un desafío justo a tu medida, Decumo."

Scotti no podía pronunciar palabra. Intentó mostrar su desacuerdo, pero su "no" apenas era audible. Mientras tanto, lord Vanech preparaba una caja con la documentación sobre Ciénaga Negra.

"Como lees muy rápido, podrás ponerte al día de camino", dio por sentado lord Vanech.

"¿De camino a dónde...?"

"A Ciénaga Negra, por supuesto", dijo burlón su diminuta señoría. "Eres de lo más divertido. ¿Dónde si no ibas a ver el trabajo realizado y descubrir cómo mejorarlo?"

A la mañana siguiente, sin haber ojeado apenas el montón de documentos, Decumo Scotti emprendió el viaje en dirección sureste, camino a Ciénaga Negra. Le acompañaba un guardia rojo llamado Mailic, algo taciturno aunque muy capaz, contratado por lord Vanech para la protección de quien ahora consideraba su mejor agente. Cabalgaron hacia el sur siguiendo el curso del Niben y después en dirección sureste por el Lepisma. Se adentraron después en la espesura de Cyrodiil, donde los afluentes ya no tenían nombre y la vegetación no tenía nada que ver con los bonitos y cuidados jardines de la Provincia Imperial norteña.

Para que Scotti pudiera enfrascarse en la lectura, su caballo estaba atado al de Mailic, por lo que le resultaba difícil prestar atención a la ruta que estaban siguiendo; además, tenía que familiarizarse con las actividades de la comisión en Ciénaga Negra, aunque fuese por encima.

La documentación se remontaba a cuarenta años atrás, cuando un rico comerciante, lord Xellicles Pinos-Revina, había pagado a la Comisión varios millones en monedas de oro para mejorar las condiciones de la carretera que iba de Gideon a Cyrodiil. En aquella época, se tardaban tres semanas en realizar el viaje, demasiado tiempo para su mercancía, ya que el arroz y las raíces que importaba llegaban medio podridos a la Provincia Imperial. Pinos-Revina había fallecido hacía ya tiempo, pero posteriormente otros muchos inversores, incluido el propio Pelagio IV, habían contratado a la Comisión para construir carreteras, drenar pantanos, levantar puentes, evitar los robos, contratar mercenarios y cualquier otra cosa que se les ocurriera para que mejorar el comercio a través de Ciénaga Negra. Según las últimas cifras, ahora se tardaba en recorrer ese mismo trayecto dos meses y medio, por lo que las mercancías llegaban en pleno estado de descomposición.

Cada vez que Scotti levantaba la mirada de los papeles, el paisaje había cambiado drásticamente e iba de mal en peor.

"Esto es Bosque Negro, señor", dijo Mailic respondiendo a la pregunta que se estaba haciendo Scotti. Se trataba de una zona frondosa y oscura.

A Scotti también le intrigaba otra cuestión, que finalmente terminó por formular: "¿Qué es lo que huele tan mal?"

"El cenagal, señor", respondió Mailic tomando un recodo del camino. Llegaron a un túnel enmarañado con parras y árboles que conducía a un claro. En el claro se levantaban varios edificios con el diseño imperial que tanto agradaba a la Comisión de lord Vanech y a los emperadores que habían gobernado desde la era de Tiber. Esta visión, junto con el insoportable hedor, hizo que Scotti se planteara, de repente, si la vegetación no sería venenosa. Un enjambre de minúsculos insectos de un color rojizo oscurecía el aire, causando una impresión aún peor.

Scotti y Mailic iban sacudiéndose la nube de insectos mientras sus monturas se dirigían al mayor de los edificios, situado a orillas de un espeso río negro, como pudieron comprobar al ir acercándose. Por el tamaño y la sobriedad de las líneas del edificio, Scotti pensó que podía tratarse del censo y la oficina de impuestos. Además, un puente blanco que cruzaba las oscuras y burbujeantes aguas del río llegaba hasta él. El puente, sólido y muy bonito, había sido construido por la Comisión, como Scotti bien sabía.

Un oficial irritado y desagradable lo atendió en cuanto Scotti llamó a la puerta. "¡Entra, rápido! ¡No dejes entrar a las moscas carnívoras!"

"¿Moscas carnívoras?", dijo Decumo Scotti temblando. "¿Acaso comen carne humana?"

"Sí, si uno es tan necio como para dejar que lo hagan", respondió el soldado sarcástico. Scotti se dio cuenta de que al soldado le faltaba media oreja y de que los demás presentes también tenían cicatrices. A uno de ellos incluso le faltaba la nariz. "Bueno, ¿y qué te trae por aquí?"

Scotti los puso al día y añadió que, si pasaran más tiempo fuera que dentro capturarían a más contrabandistas.

"Más te valdría preocuparte de cómo piensas cruzar el puente", contestó con desdén el soldado. "La marea está subiendo y, a menos que os deis prisa, no podréis partir hacia Ciénaga Negra hasta dentro de cuatro días".

Scotti pensó que eso era absurdo: ¿un puente empantanado por la marea de un río?, pero la mirada del soldado le decía que no estaba bromeando.

Al salir del fuerte observó que los caballos se habían soltado y se internaban en el bosque, probablemente porque ya no soportaban más la tortura de las moscas carnívoras. La aceitosa agua del río lamía ya los tablones y se colaba por las rendijas. Scotti se preguntó si no sería mejor esperar pacientemente esos cuatro días antes de dirigirse a Ciénaga Negra, pero Mailic ya corría por el puente.

Scotti lo siguió resollando. No estaba en muy buena forma (de hecho, nunca lo había estado) y la caja con los documentos de la Comisión pesaba lo suyo. Se paró un segundo a mitad del puente para recuperar el aliento y ya no pudo avanzar más. No podía moverse.

El lodo negro del río era muy pegajoso y, al cubrir los pies de Scotti, lo había dejado adherido al tablón. Le entró el pánico. Scotti dejó de mirarse los pies y vio a Mailic saltando de tablón en tablón, muy pronto llegaría a la otra orilla, que estaba cubierta de juncos.

"¡Socorro!", gritó Scotti. "¡Estoy atrapado!"

Mailic ni siquiera se volvió. "Lo sé, señor. Necesita perder peso".

Scotti sabía que tenía unos kilillos de más. Ya se había planteado ponerse a dieta y hacer algo más de ejercicio, pero comer menos en el futuro no le iba a ayudar ahora precisamente. Ninguna dieta lo sacaría de ahí. Entonces comprendió lo que había querido decir el guardia rojo: debía tirar la caja de documentos. Observó que el propio Mailic ya no llevaba los suministros con los que iba cargado.

Con un suspiro, Scotti dejó caer el archivo de la Comisión en la sustancia viscosa y notó que el tablón sobre el que estaba se levantaba unos centímetros, lo suficiente para librarse de las garras del lodo. Azuzado por el temor que sentía, empezó a saltar los tablones de tres en tres, a la zaga de Mailic, con una agilidad inaudita y sin apenas detenerse, todo para evitar que el río volviera a atraparlo.

Cuarenta y seis saltos más tarde, Decumo Scotti caía sobre los juncos y pisaba tierra firme tras Mailic. Habían llegado a Ciénaga Negra. Pudo oír como el río se tragaba el puente justo detrás de él. La caja con los informes oficiales también había sido engullida por esa marea negra y ya no la volvería a ver.
Advertisement